El refugio de la memoria aeronáutica

Texto y fotos: Bárbara Bruno

El Aeródromo Ildefonso Durana de General Rodríguez es conocido por ser la sede de la Asociación Argentina de Aviación Experimental, que cada año congrega a entusiastas de todo el país y de Latinoamérica en sus famosas convenciones. Pero también guarda otro secreto: el Hangar Zero, un museo que alberga una cuantiosa y variada colección de memorabilia compuesta por numerosas reliquias que invitan a revivir y mantener vigente el recuerdo de distintos momentos de la historia de la aviación. aeroespacio lo visitó y conversó con su dueño, Patricio Seidel, para descubrir los tesoros que guarda en su espacio.

A Patricio le apasiona hablar de su colección, que inició en 1978 y continúa, desde entonces, en constante crecimiento. La mayoría de los objetos provienen de contribuciones de pilotos y amantes de la aviación civil y militar. “Es difícil determinar cuál es la pieza de mayor antigüedad”, afirma, y cuenta que recibió donaciones de las más variadas, como una “trompa” de B-25, que un amigo le obsequió para su cumpleaños.

Anualmente, recibe miles de visitas de pilotos, spotters y aficionados deseosos de sumergirse en la historia aeronáutica y de la aviación clásica a través de sus objetos. Allí, pueden toparse con cabinas originales de aviones, entrenadores o motores radiales de producción nacional, utilizados durante la Segunda Guerra Mundial, cuando fue necesario suplir la falta de importaciones debido al contexto histórico.

Al ingresar al museo, se asoma un reluciente Boeing Stearman, de color amarillo, que luce el esquema que la US Navy les daba a estas aeronaves. Se trata del Boeing más antiguo del país, restaurado con repuestos originales, que, actualmente, se encuentra en condición de vuelo (ver aeroespacio edición N. ° 635). Patricio explica que su esquema de pintura incluye el color rojo, que advertía que era una aeronave utilizada en vuelos de instrucción, mientras que el amarillo se utilizaba para individualizarla con facilidad en caso de accidentarse en el mar debido a la proximidad de las bases aeronavales. “Fue donado en la década de 1950 a la Armada Argentina y fue utilizado, luego, por clubes de planeadores”, cuenta.

Subiendo por una escalera, se accede al primer piso, donde cobran protagonismo numerosos aeromodelos, pañuelos, bolsos y uniformes, tanto civiles como militares, y objetos dispuestos en vitrinas iluminadas que destacan cada artefacto. Entre los uniformes notables, se encuentran los de Ronald (Ronnie) Scott, un argentino, hijo de británicos, que participó en la Segunda Guerra Mundial, como voluntario para ese país. “Ellos habían sido entrenados para el vuelo en Canadá y combatían portando uniformes con una insignia canadiense/argentina”, explica el anfitrión. Los uniformes se encuentran acompañados por la gorra social y el casco que era utilizado durante el vuelo.

 También hay regalos corporativos de McDonnell Douglas, empresa de la cual Patricio fue representante en Argentina durante años. Entre ellos, se destaca una lapicera Montblanc y un modelo de MD-80 a gran escala de la aerolínea Austral. “Muchos de estos regalos estaban destinados a agencias de viaje o a pasajeros destacados de Aerolíneas Argentinas”, cuenta Seidel.

Entre las “reliquias” exhibidas en el museo, se observa un fragmento de tela perteneciente al “Wright Flyer”, aeroplano construido por los hermanos Wright, que marcó un hito en la historia aeronáutica. Junto al Stearman se halla un entrenador que se utilizó con el fin de preparar pilotos para la Guerra de Corea, quienes debían combatir contra los Mig rusos. Los pilotos de Mustang, explica, debían adaptarse a las velocidades y maniobras que un jet requería, y ensayar los procedimientos de seguridad. Patricio destaca una peculiaridad de los aviones de combate de esa época: un cenicero, ubicado en uno de los costados de la aeronave. “Resulta llamativo ya que, actualmente, no se encuentra permitido fumar dentro de los aviones”, comenta.

Puede apreciarse, también, instrumental de vuelo de diversas etapas de la aviación, que evidencia los avances tecnológicos que se produjeron a lo largo de los años. Grandes tomos guardan cartillas de seguridad de aerolíneas actuales y extintas.

Además, hay abundante material de lectura, como manuales, libros y folletos. “Muchas personas visitan el museo con el fin de obtener información de antiguas revistas aeronáuticas, algunas de las cuales no se editan en la actualidad”, comenta Patricio. Y agrega: “Varios de los libros fueron recientemente donados por Ronnie Scott”.

De vuelta en la parte principal del hangar, se pueden ver dos cabinas de Grumman OV-1D Mohawk, aviones de observación táctica que fueron incorporados a la Aviación del Ejército Argentino en octubre de 1993. “Esta aeronave se caracterizaba por su potencia, su radar y por contar con la presencia de diversas cámaras que hacían posible su labor en inteligencia”, destaca Seidel. Y explica que “la cabina de este avión luce un esquema táctico que le permitía esquivar radares”. Además, cuenta con su instrumental completo y con los manuales de vuelo. “Este avión solo tenía equipo de vuelo para ser pilotado por un único aviador, quien era acompañado por un agente de inteligencia que llevaba consigo una computadora”, detalla. Y agrega: “Uno de estos aviones, matriculado AE-029, tuvo una importante participación durante la Guerra del Golfo y lleva una distinción con un camello pintado en su fuselaje”. Además, participó en el combate contra la guerrilla que tuvo lugar en Centroamérica. El avión tenía una autonomía de, aproximadamente, seis horas de vuelo, y sus asientos eran eyectables. “En caso necesario, debían realizar la maniobra en tres segundos, debido a su gran potencia”, dice.

 Patricio conserva también un boceto con las ideas que dieron inicio al proyecto del jet ejecutivo de Aerolíneas Argentinas, en cuyo diseño participó, que estaba destinado a ser utilizado como aeronave presidencial, en 1991. Junto al bosquejo, se observa una imagen ilustrativa, que representa el proyecto finalizado, una gorra bordada y la credencial que Patricio utilizó mientras trabajaba en su realización.

Otros objetos de gran valor emotivo son el casco y los guantes de vuelo que el comodoro (R) VGM Héctor “Pipi” Sánchez, piloto de A-4B de la Fuerza Aérea Argentina, utilizó durante la guerra de Malvinas. El Pipi donó también la chaveta de una de las bombas que arrojó en combate y una chapa con su nombre, sector, número de identificación y factor sanguíneo (Rh negativo), característica de los combatientes. Patricio se detiene en este último objeto y sonríe al recordar una anécdota: “Cuando le comenté sobre el factor negativo de su Rh se sorprendió, miró el grabado y me dijo que, en realidad, él era positivo”, cuenta. Muchos años después de la guerra, advirtió que había un error en el dato.

Otro héroe de Malvinas, el comodoro (R) Gustavo Luis “Gato” Brea, tiene su rincón en el exterior del hangar. Sobre una de las paredes, dos banderas argentinas flamean señalando un memorial en honor al helicopterista que, además de amigo de Patricio, fue piloto de prueba de la empresa Cicaré. “Ante su fallecimiento, su esposa donó un casco y los guantes de vuelo”, recuerda Patricio para cerrar la visita.

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio